Hab ía una vez un burro que durante muchos años había trabajado para un Molinero. Pero cuando se hizo viejo, el molinero quiso venderlo. Como el burro se enteró a tiempo, escapó. Quería ir a la ciudad de Bremen a trabajar como músico.
Por el camino, el burro se encontró a un perro cazador. Estaba echado y jadeaba.
- Pareces cansado, Colmillos –dijo el burro.
- ¡Ay!- se lamento el perro-. Me he vuelto viejo y ya no cazo como antes. Por eso mi amo no me quiere y yo escapé de él tan deprisa como pude. Ahora, no sé que voy a hacer.
- Yo voy a Bremen a buscar trabajo de músico- explicó el burro-. Vente conmigo Colmillos. Formaremos una banda de música
El perro estuvo de acuerdo y juntos, siguieron el camino. Al poco rato, vieron a un gato, con cara de no haber comido en varios días.
- ¿Qué pasa Bigotes?- preguntó el burro
- Me hago viejo- dijo el gato-. Ya no corro detrás de los ratones y mi ama me ha echado de casa. Hace tres días que no como y no tengo donde ir.
- Únete a nuestra banda de música- dijo el burro- Ven a Bremen con nosotros.
Al gato le pareció bien. Y viajó con el burro y el perro.
Más tarde, en lo más alto de un establo, vieron un gallo que gritaba sin parar.
- Cresta Roja ¿Qué tienes?- preguntó el burro
- Toda mi vida he despertado a todo el mundo- dijo el gallo-. Pero hoy mi ama ha decidido hacer caldo de gallo. ¡Por eso grito!
- Mira, Cresta Roja, nosotros vamos a Bremen a formar una banda de música- explicó el burro-. Tú tienes buena voz. Únete a nosotros. Encontraremos trabajo.
El gallo aceptó. Y los cuatro continuaron hacia Bremen
Al anochecer, vieron la lejana luz de una granja y fueron hacia allí. Y como era el más alto, el burro, se acercó a una ventana para ver que había dentro.
- ¿Qué ves, Orejas?- preguntó el perro
- Una mesa con comida y bebida, Colmillos- contestó el burro-. Y unos hombres, con pinta de ladrones, dándose un gran atracón.
- ¡Con el hambre que yo tengo!- suspiro el gato.
- ¡Y yo!- agregó el gallo.
Los cuatro amigos decidieron echar a los ladrones. El asno apoyó las patas delanteras contra la ventana, el perro subió sobre el asno, el gato trepó sobre el perro y el gallo voló y se posó sobre el gato.
A una señal, todos gritaron a la vez. El burro rebuznaba, el perro labraba, el gato maullaba y el gallo cantaba. Cuando terminaron, el burro rompió los cristales de la ventana con sus patas y entraron.
De un salto, los ladrones huyeron al bosque. ¡Estaban asustadísimos!
Los cuatro músicos se hartaron de comer. Luego, cada uno buscó un lugar para dormir: el burro fue al establo, el perro se echó detrás de la puerta, el gato junto a la chimenea y el gallo voló a una viga del techo.
Hacia la media noche, uno de los ladrones regresó a la granja porque quería averiguar qué había pasado.
La casa estaba a oscuras y en silencia. Paso a paso, el ladrón se acercó a la chimenea. Entonces el gato saltó y le araño la cara. El ladrón retrocedió. Pero tropezó con el perro, que le mordió la pierna. Gritando de dolor, el ladrón corrió al establo. Allí, el burro le dio una coz, mientras el gallo no paraba de cantar:
- ¡Quiquiriquí! ¡Quiquiriquí!
Corriendo como su hubiera visto un fantasma, el ladrón llegó al bosque y dijo a todos los ladrones:
- En la granja, una horrible bruja me ha arañado la cara; junto a la puerta, un hombre me ha clavado su cuchillo en la pierna; en el establo, un monstruo me ha golpeado con un palo y, mientras, desde el techo, un juez no paraba de gritar: <<Traédmelo aquí, traédmelo aquí>. ¡No sé cómo pude escapar!
Los ladrones no volvieron jamás. Por su parte, los cuatro músicos de Bremen se quedaron muy a gusto en la casa. Allí siguen ensayando su banda de música. Y si no me creéis, pedid que os lleven y lo veréis.
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